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Cyberbullying: un problema muy cercano (Op Ed)

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Emo. Chata. Chivis. Tierrosa. Son palabras que pasaron por mis oídos durante los últimos dos años y a las cuales no les presté mayor atención. Alguien mencionó alguna de ellas en la oficina. Escuché a unos adolescentes en un bus utilizándolas. No me interpelaban ni despertaban mi curiosidad, hasta hace un par de meses…

A principios de este año tuve la oportunidad de compartir con un grupo de preadolescentes y adolescentes de ambos géneros. De repente escuché a una de ellos utilizar uno de los términos (chivis) y por curiosidad pregunté: ¿qué es ser chivis? Sin quererlo, Un nuevo mundo de intolerancia y agresividad apareció ante mí.

 

Cyberbullying. Probablemente muchos de ustedes han escuchado este término y conocen ejemplos de situaciones relacionadas con este problema. Recuerdo un caso particular que escuché a finales del 2012 sobre Amanda Todd, una joven canadiense con problemas de autoestima que fue acosada a través de Facebook y otras redes sociales y que, antes de cometer suicidio, compartió un video en la web donde contaba su historia y las razones por las que consideraba que no podía continuar con su vida.

En aquel momento me conmovió la historia, sin embargo, la sentí lejana a nuestra realidad centroamericana… Hasta que escuché sobre esta tendencia de etiquetas y señalamientos que se desarrolla actualmente en nuestros colegios y escuelas.

 

¿Dónde se desarrolla? Una búsqueda rápida en Facebook es suficiente para encontrar una serie de páginas y perfiles dedicados a etiquetar y publicar fotografías y comentarios agresivos y violentos hacia las personas “diferentes”. Las categorías son muchas, y el contenido va desde lo general, como por ejemplo imágenes tomadas de la web identificar a los involucrados; hasta lo específico, donde las personas que aparecen en las fotografías son etiquetadas y comentarios peyorativos y amenazantes son incluidos sin ningún tipo de miramiento. ¿Por qué estas personas son señaladas y seleccionadas para ser incluidas en estas publicaciones? Básicamente: por ser diferentes.

 

El trasfondo de la problemática. Conversando con algunos docentes, he confirmado que los tema de acoso y promoción de la tolerancia siguen siendo (como lo fueron durante mi proceso educativo) parte de los contenidos transversales presentes en todos los niveles de primaria y secundaria. En las aulas se habla de respeto, se promueve la tolerancia, se castiga el acoso… Entonces, surge la pregunta: ¿dónde radica el problema? ¿Por qué los y las adolescentes siguen normalizando la “burla” y el señalamiento despectivo hacia lo que consideran diferente e inferior?

Entre los puntos tocados durante mi conversación con este grupo de chicos y chicas, algo que llamó poderosamente mi atención fue el hecho de que la mayoría de ellos consideran que los principales responsables de la situación no son quienes acosan, sino los generadores del contenido, las víctimas, ya que, desde su punto de vista, al ser ellos quienes toman y publican las fotografías se exponen conscientemente a recibir comentarios ofensivos de quienes consideran que sus publicaciones son causa de mofa.

¿Escuchan alarmas en su cabeza? A mí me sucedió lo mismo. Recordé expresiones como: “Fue su culpa que la violaran, porque usaba ropa provocativa”. Esto es culpabilización de la víctima: algo que pensamos es un tema superado y de épocas arcaicas es la principal justificación de este tipo de acoso y violencia psicológica.

Por otro lado, la situación se ve agravada por la desigualdad, siempre presente en nuestras sociedades. Por un lado tenemos jóvenes con baja escolaridad, provenientes de familias de escasos recursos y con evidentes carencias en el ambito de la inteligencia emocional, que empiezan a tener acceso a tecnología como teléfonos celulares y computadoras con acceso a Internet. Probablemente no tienen una noción clara de las consecuencias de una publicación personal en la web y nadie les ha dicho que en Internet todo permanece. Y, por otro lado, tenemos adolescentes de un grupo privilegiado, que probablemente han tenido acceso a la tecnología desde edades tempranas y además una formación parental o docente que les ha permitido diferenciar una actividad adecuada de una que podría resultar riesgosa.

Sin embargo, ¿qué está haciendo este grupo privilegiado? En lugar de llevar a cabo un uso ético de Internet, se están aprovechando de la situación de desventaja de su contraparte para desarrollar una actividad nociva y agresiva. Probablemente sin conocer o entender sus consecuencias finales (recordemos el caso extremo de Amanda Todd) y actuando irresponsablemente sin realmente saber lo que están haciendo.

 
Los responsables. Podemos señalar hacia muchos lugares, falta de compromiso de los gobiernos, falta de guía de los padres de familia, vacíos en los programas educativos… Me gustaría agregar uno más: responsabilidad de los medios. Mencioné anteriormente el concepto de culpabilización de la víctima, agrego ahora el señalamiento de lo diferente, promovido diariamente por muchos medios de comunicación.

Todavía vemos en periódicos, revistas y páginas web titulares como “Activista gay demanda a TSE por permitir partidos religiosos”, que hacen énfasis en una característica personal que no tiene nada que ver con el punto central de la noticia. Señalando.

Apuntando hacia la dirección equivocada. No hace más de dos semanas leíamos en los medios el caso de la muerte de Reeva Steenkamp, novia del atleta sudafricano (y sospechoso de su muerte) Oscar Pistorius y sobre cómo el periódico inglés The Sun cosificaba a la víctima al acompañar la nota del homicidio con una serie de fotografías de la víctima en vestido de baño. ¿Qué aportaban las imágenes al contenido de la nota? Nada. Dicho esto, es obvio que los intereses económicos de los medios, como empresas privadas que son, van a estar siempre por encima de los intereses educativos y de convivencia en sociedad. Ellos quieren vender sus periódicos y atraer lectores, sin preocuparse por el hecho de que la forma en que se presenta la información podría afectar de diversas maneras a sectores específicos de la sociedad. Pero entonces, ¿qué podemos hacer?

 

Tomar acciones. De primera entrada, vale la pena volver a este grupo de adolescentes privilegiados y entender por qué las lecciones del aula y el hogar no están calando de manera adecuada. ¿Será necesario que los docentes y padres de familia conozcan más su contexto y aterricen en las situaciones específicas que éstos jóvenes viven día a día? ¿Será que los encargados de la educación de este grupo, como yo, escuchan las palabras y las ignoran porque no se sienten interpelados por ellas? ¿Estamos antes un problema de desconocimiento o falta de interés?

Por otro lado, es evidente que la falta de información y desigualdad que sufre el grupo de las víctimas alimenta el círculo de violencia detrás de estas páginas y redes sociales. En muchos casos, el contenido de las publicaciones podría considerarse incluso pornográfico, por lo que resulta indispensable la participación de las autoridades, no solo educativas, sino incluso judiciales para luchar contra este tipo de acoso.

Además, resulta evidente que todos y todas debemos hacernos responsables de la situación. Si tenemos hijos, hijas, estudiantes, familiares, niños o adolescentes cercanos, el involucrarse es un deber. Entender la realidad, los conceptos y la forma de pensar de éste grupo nos va a permitir un acercamiento real y un proceso de guía adecuado y significativo, promoviendo y aplicando técnicas cercanas a nuestro público y evitando que este tipo de situaciones de violencia se sigan replicando en las actuales y futuras generaciones.

Finalmente, es nuestra responsabilidad como ciudadanos y ciudadanas responsables, que formamos parte de esta sociedad tecnócrata, no guardar silencio. Denunciemos. Escuchemos. Investiguemos. El ignorar este tipo de situaciones es invisibilizar el problema y hacernos partícipes pasivos del círculo de violencia. Seamos activos ante este tipo de acoso.

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